Por Javier Coloma, Adjunto a Dirección.
La publicidad tradicional pierde terreno por culpa del marketing de influencia
Hubo un tiempo en que la publicidad tradicional era el único método disponible para darse a conocer y vender productos.
Pero todo cambió en la Nochevieja del 31 de diciembre de 1999. Esa noche se pensó que los ordenadores se volverían locos.
Casi 20 años después, el efecto 2000 es ridículo. La llegada de las nuevas tecnologías y la aparición de internet ha cambiado el mundo de la publicidad tal y como la conocíamos. La publicidad offline ya no es suficiente, otro canal ha aparecido en la galaxia de la comunicación publicitaria, el canal online.
Mientras la publicidad tradicional sigue su camino adaptándose a los nuevos hábitos de los consumidores, el marketing digital es el encargado de marcar las pautas de la publicidad online y no deja de evolucionar.
Hoy hablaremos de una nueva “revolución/evolución”, el marketing de influencia o publicidad con influencers.
Las nuevas generaciones se dejan guiar, influir, por personas que viven en el mundo online. Plataformas como YouTube o Instagram, consiguen captar la atención de millones de seguidores y, al mismo tiempo les «insertan» en el subconsciente qué marcas son las que deben consumir. Esas marcas han sido convencidas por los responsables de marketing digital de la empresa para designar una partida económica con la que sufragar ese gasto puesto que creen en esa publicidad amable, personal y con guión, creen en el influencer.
No ha cambiado el contenido, ni la intención, sí el canal de transmisión. Es una adaptación a la forma de consumir información en este recién estrenado siglo XXI, donde Internet se ha convertido en la principal, y para muchos la única, fuente de información para todo ser humano de este planeta.
Presente y futuro
En 15 años los hábitos de los más jóvenes han cambiado radicalmente. Viven rodeados de pantallas, «todas conectadas a internet» y, por consiguiente, conectados a todo el planeta. La información tarda segundos en llegar a su retina, sea positiva y negativa, y tienen total libertad para saltar de una web a otra, de una red social a otra, de un contenido a otro en un clic.
Las marcas abren los ojos como platos y observan las nuevas costumbres de los nuevos e impredecibles usuarios=compradores. Vigilan su forma de navegar, el tiempo de permanencia en una web u otra, que artículos compran, chequean las redes que tienen, qué publican, horas de conexión, visualización, 365 días controlados por las marcas, para crear patrones de venta en su publicidad, son francotiradores del marketing online. No pueden fallar, solo disponen de una oportunidad, saben que su desacierto provoca la huida del nuevo consumidor a otro lugar, porque hoy existen miles de canales de ocio y servicios. Vivimos en una sociedad donde todo el contenido que consumimos es efímero.
Por ello las marcas necesitan fabricantes de historias que duren 24 horas, y estos son los influencers, que pueden influenciar de diversas formas en un determinado público, ofreciendo cualquier cosa en su mercado de redes sociales: música, humor, ropa opinión, tipo de vida, …
Según la Asociación IAB el 52% de los españoles reconoce haber sido influido por las redes sociales en sus compras, siendo los jóvenes los más vulnerables porque son ellos los que eligen como referentes a estos «ídolos virtuales», llegando incluso a cambiar sus gustos para mimetizarse con sus ídolos.
Para las marcas su apuesta online con los influencers es medible. Miden el retorno de la inversión en toda su dimensión: el alcance, las interacciones, el impacto, las conversiones. Esta valiosa información les permite a las marcas analizar qué ha funcionado y qué ha fallado para corregirlo en la próxima acción.
Y todo ese esfuerzo tiene una retribución para el influencer, bien económica o en especias, convirtiéndose en un sector que mueve más de 9 millones de euros al año en España.